14 de julio de 2009

Una revolución del corazón




Muchos animalistas suponen que necesitamos una organización, alguna organización, para abogar por los animales no humanos; que necesitamos un líder, algún líder, que nos muestre el camino.

Me parece que es una manera equivocada de ver las cosas.

Desafortunadamente, en un mundo en que todo es convertido en una mercancía, no es sorprendente que la justicia social en sí misma se convierta en una mercancía y sea vendida, en diferentes sabores, por corporaciones que compiten por cuotas en el mercado por la compasión. Estas compañías han hecho un maravilloso trabajo para convencernos de que la participación en todas las batallas morales, incluyendo, y particularmente, la batalla por los animales, significa firmar un cheque para ellos.

En un mundo en el que aceptamos mil diferentes jerarquías sin ni siquiera darnos cuenta, y sin ni siquiera cuestionar el mismo concepto de jerarquía, asumimos que necesitamos líderes para mostrarnos el camino. Estos líderes son los ejecutivos de las compañías de la compasión. Y estar meramente en desacuerdo con sus declaraciones lleva a ser rotulado como “purista”, “elitista”, “divisionista”, como un “golpista”, o como alguien que “difama”, o como alguien a quien “no le preocupa el sufrimiento animal,” etc., etc., etc.

Considero que este modo de pensar es un obstáculo para alcanzar el objetivo que buscamos.

No vamos a llegar a ningún lado haciendo arreglos en la superficie. No vamos a llegar a ningún lado promoviendo los huevos de gallinas “libres de jaula”, la carne “feliz” o la leche orgánica. No vamos a llegar a ningún lado sentándonos desnudos en jaulas y proclamando que estamos satisfaciendo el sexismo que corroe insidiosamente nuestra cultura “por los animales.” Esta estrategia en conjunto meramente refuerza la noción de que podemos superar la injusticia consumiéndola, que podemos negociar una forma de explotación por otra; que podemos comprar compasión. No podemos.

En un mundo donde las mujeres, la gente de color, los niños, los ancianos, los mentalmente discapacitados, los pobres y otros humanos son tratados como ciudadanos de segunda clase —en el mejor de los casos— por el selecto patriarcado que dirige el espectáculo; los animales no humanos son, en muchos aspectos, los más vulnerables entre nosotros. No sólo podemos torturarlos y matarlos con completa impunidad, también se espera que lo hagamos así.

Aunque la violencia contra otro humano puede incurrir en alguna forma de crítica social o incluso en una sanción criminal, la violencia contra los no humanos es generalmente considerada como una virtud, particularmente cuando es declarada “humanitaria.” Aquél que rechaza la participación en la carnicería es considerado como anormal y antisocial, incluso, y particularmente, por las grandes organizaciones animalistas que proclaman que evitar todos los productos animales y promover el veganismo como una base moral es “extremista”.

Es erróneo caracterizar a los granjeros o a los vivisectores o a los peleteros como nuestros “enemigos”. Ellos simplemente están atendiendo a nuestra demanda. Ellos simplemente están haciendo lo que nosotros queremos que hagan. Ellos no son el problema —nosotros lo somos.

La abolición de la explotación animal requiere un cambio de paradigma. Requiere que rechacemos la violencia en sus niveles más elementales. Requiere un reconocimiento de que la violencia es intrínsecamente errónea.

La abolición de la explotación animal requiere una revolución noviolenta —una revolución del corazón.

Esa revolución no va a ocurrir como resultado de algún líder. Sólo puede ocurrir dentro de cada uno y de todos nosotros. Y puede ocurrir si nosotros queremos que ocurra. No necesitamos líderes. Necesitamos reconocer que cada uno de nosotros puede, y debe, convertirse en un líder, si tenemos alguna esperanza de sortear este embrollo que llamamos nuestro mundo. Eso empieza con nuestro propio veganismo —no como una suerte de “estilo de vida flexitariano”— sino como un compromiso básico, fundamental, y no negociable, con la no-violencia.

El veganismo representa nuestro compromiso con la noción de que no tenemos ninguna justificación moral para usar a los demás animales —aunque sea “humanitariamente”— para nuestros propósitos. Continúa con nuestros diarios esfuerzos para educar a otros acerca del veganismo, de forma creativa, positiva y no violenta: algo que cada uno de nosotros puede hacer, si quiere. Cada día tenemos oportunidades para educar a la familia, a los amigos, a los colegas de trabajo, y a la gente que encontramos en un negocio o en un colectivo. ¿Es más fácil enviar un cheque a otra persona que hacer el trabajo nosotros mismos? Por supuesto que sí. Pero no funciona.

Para alcanzar la justicia, no necesitamos a las corporaciones. Verdaderamente, cuanto más confiamos en ellas, más nos alejaremos de nuestro objetivo. Necesitamos un movimiento de bases que demande la paz en un modo pacífico.

Desafortunadamente, las organizaciones animalistas se han convertido en modernas vendedoras de indulgencias, similares a la Iglesia Católica medieval. Algunas personas, quizás la mayoría de la gente, tienen cierto grado de preocupación por el asunto de la explotación animal. Muchas tienen una culpa insistente acerca de continuar consumiendo productos animales. Muchas adoran a sus compañeros no humanos y los tratan como miembros de su familia, pero clavan el tenedor en otros animales y, en algún nivel, reconocen la incoherencia moral. Pero no es necesario preocuparse. Haga una donación y estos grupos harán lo mejor que se pueda hacer. Ellos “minimizarán” el sufrimiento animal; ellos “abolirán” los peores abusos.

Entiendo que, así cómo comprar una indulgencia de la Iglesia no los mantendrá fuera del infierno en caso de que el infierno exista, comprar unas cuotas de compasión a una organización, representadas en huevos de gallinas “libres de jaula”, no mantendrá a los animales fuera del infierno que ciertamente existe para la mayoría de ellos y en el que sufren y mueren cada día. Necesitamos cambiar el modo en el que los humanos pensamos acerca de los no-humanos; necesitamos cambiar el modo en que los humanos pensamos acerca de la violencia.

Ya se trate de violencia para alcanzar la paz, o de sexismo para alcanzar la igualdad de género, o de torturas de animales más “humanitarias” para alcanzar una mayor concienciación sobre ellos, necesitamos desafiar la propia noción de que la violencia puede ser usada como un medio para un fin loable.

Por favor, entiendan que no estoy diciendo que aquéllos implicados en los grupos bienestaristas o neobienestaristas son hipócritas. Por mucho tiempo se nos dijo que es el único camino. La reforma bienestarista o nada. No estoy haciendo ningún juicio moral de ellos como individuos, de la misma forma que espero que ellos no hagan un juicio acerca de mí, incluso aunque estén fuertemente en desacuerdo con el enfoque abolicionista de los derechos animales que he desarrollado y defendido. Simplemente desacuerdo con ellos, y señalo el presente estado de cosas como una prueba apremiante de que su enfoque del problema simplemente no está funcionando.

Si alguien considera estos comentarios como “divisivos” o “difamadores” de alguna persona, por favor que sepa que, ciertamente, no fue mi intención.



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